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Heraldo.es 

La Asociación Cultural Grío lleva tres décadas promoviendo actividades en las zonas rurales del sur de la provincia de Zaragoza

«Que la gente pueda quedarse en el pueblo. Este es el objetivo primordial con el que nacía la Asociación Cultural Grío en 1989 en el municipio zaragozano de Codos. María Pilar Ballester, coordinadora Proyectos Sociales de la entidad que pertenece a la Confederación de Centros de Desarrollo rural COCEDER, fue una de sus fundadoras. Hoy reside en Codos junto a su marido y sus dos hijos. “Llegamos de maestros desde Zaragoza capital en el año 83 y ni siquiera había servicios mínimos”, recuerda. La asociación nace de un grupo de 12 personas con el objetivo de promover el desarrollo personal, educativo y social de la población rural mediante acciones educativas que compensen las carencias y mejoren su calidad de vida. Para ello, centran sus iniciativas en tres sectores de la población: infancia, mayores y mujeres.

“Ya en el año 84 vimos dos necesidades clara: una, que la gente del pueblo pudiera permanecer en él, y otra, conseguir que llegasen nuevos vecinos para lograr una serie de servicios mínimos como un médico o una escuela abierta”, explica Ballester, quien es, además, la actual coordinadora de la Residencia de Mayores de Codos que abrió sus puertas en el año 2015 y da servicio a 18 personas. En las últimas décadas han logrado la apertura de la granja escuela ‘El Casón’ de Tobed (1991), el centro para menores tutelados ‘Río Grío’ en Codos (1997) o de diversas aulas de tiempo libre, apoyo escolar y tercera edad de la zona en las que recuperar “saberes y sabores”.

“Hemos creado en torno a 40 empleos en el entorno rural que dan trabajo a vecinos de Miedes, Codos, Tobed, El Frasno, Inoges y Santa Cruz del Grío”, reivindica Ballester.

“Buscábamos dar a conocer los valores del mundo rural así como la recuperación de ciertas tradiciones artesanales como la panadería de toda la vida, la alfarería, la herrería o la cestería”, explica.

En su caso, uno de sus dos hijos nació en Codos, y el otro llegó con tan solo un mes de vida. Algo de lo que se siente muy orgullosa. “Yo ya llevo más de 30 años aquí y me siento de Codos. Creo que el cambio fue para mejor y que vivir en el pueblo aporta muchos beneficios a los más jóvenes”, asegura. Como ellos, en los últimos años han ido llegando nuevas familias de otras partes de España, como es el caso de Montse Sánchez, natural de Monachil, Granada, que aterrizó en Miedes en 2013: “Buscábamos un sitio pequeño para criar a nuestros tres hijos, ahora de 12, 14 y 16 años. Recuerdo que cogí un mapa de España, y comencé descartando la costa y luego pueblos grandes. Finalmente caímos en Aragón”, recuerda.

Aunque reconoce que no era lo que pensaban en un principio, el municipio zaragozano ofrecía una serie de servicios que le daban muchos puntos. “Tenía colegio, estaba cerca de Calatayud lo que permitía acceso a las administraciones o compras, y ofrecía la tranquilidad de una vida de campo”, explica Sánchez.

Se mudaron a Miedes donde, a día de hoy, su marido, Benjamín (49), panadero de toda la vida, se hace cargo de la casa, de los tres hijos que tienen en común – Manuel, Natalia y Carmen-, de un pequeño terreno en el que mantienen un huerto y varios animales. Nada más llegar, Montse, osteópata de profesión, comenzó trabajando como tele operadora en Calatayud hasta que consiguió una plaza en la residencia de mayores donde trabaja en la actualidad.

 

Un futuro incierto

Sin embargo, y aunque a día de hoy asegura que tendrían que haberse decidido «mucho antes», la granadina critica las dificultades que existen para quienes toman la decisión de apostar por la vida en el ámbito rural. “En los cuatro años que llevamos aquí hemos llegado 7 familias, tan solo 3 hemos podido quedarnos. Es difícil empezar de cero sobre todo si no se dan las facilidades necesarias”, añade.

Como ella, Diego García (46), natural de Murcia y trabajador desde marzo de la residencia, también decidió echar raíces en Aragón, aunque no sabe si su descendencia podrá continuar con la tradición. En su caso, su primera hija, Candela, nació en Miedes hace ya dos años. Y aunque todavía no saben qué nombre le pondrán, el próximo mes de septiembre llegará la segunda. “Llevaba dos años en paro cuando decidimos buscar un nuevo lugar para empezar de cero y crear una familia. Cuando llegamos, un vecino me dijo que, si me mudaba, me contrataba para la campaña de la fruta al mes siguiente, y eso hicimos”, explica.

Así comenzaría su aventura en la localidad zaragozana. Desde entonces han pasado ya tres años. “Sé que es difícil que mis hijas se queden aquí, pero creo que es importante que crezcan en torno a los valores que se aprenden en el pueblo. Sea como sea, ellas ya son aragonesas”, concluye.»